El crepitar de las llamas era la única melodía que acompañaba a los reiklandeses aquellas noche. La hoguera estiraba y encogía las sombras de las ruinas en una macabra danza capaz de arrancar a un hombre normal su cordura. Pero ellos permanecían impertérritos, vigilantes a cualquier sonido extraño, sin dejarse engañar por el demente juego de luces. Hacía mucho tiempo que habían abandonado las seguras murallas de su Altdorf natal. Hacía mucho tiempo que estaban luchando en la Ciudad Muerta. Hacía mucho tiempo que ya no tenían cordura que perder.
Entonces Roland dio el alto a la sombra que avanzaba por el empedrado, calle arriba. A la luz de las antorchas sembradas a lo largo de la calzada, el joven héroe reconoció la figura, sus ropas… sus pasos se habían cruzado antes en la ciudad.
“Es uno de esos babosos de Mariemburgo. Bastardos cabezahuecas.”
La flecha paso silbando cerca de su cabeza. Pero el intruso continuó su avance al calor de las luces.
“Voto a Franz que no erraré de nuevo. Me da igual lo que Evans tenga que decirnos. Lárgate”.
Hans y Hansel llegaron.
“¿Qué sucede?”
“Ese perro mariemburgués. Parece no tener mucho apego a su vida”.
“Tira a matar”.
La cuerda vibró. Un silbido. Un sonido sordo. La saeta atravesó la cabeza del infeliz…
“¿Eh? ¿Qué diablos…?”
…que continuó avanzando más y más hacía ellos.
A su espalda alguien gritó. De pronto unos aullidos sacudieron los cimientos de las casas.
Algo inhumano estaba asediándoles….